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El Tour de Flandes, la encrucijada de los campeones del nuevo ciclismo: Pogacar contra Van der Poel

La afición sueña con un nuevo duelo total entre los dos mejores corredores de la década este domingo en el encadenado diabólico de montes adoquinados flamencos Koppenberg-Viejo Quaremont-Paterberg

Ronde van Vlaanderen
Carlos Arribas

Las carreras en Flandes eran cosa de culones pesados, grandullones, físico de campesino con arado en barrizales de patatas, guerreros con un aire muy rústico, que es como ser muy paleto con un cierto sex appeal. Llegó hace un par de años Tadej Pogacar, una mariposa, escalador de 65 kilos, y en el Viejo Quaremont dejó clavado a Mathieu van der Poel, la versión del siglo XXI, estilizada pero durísima y pesada (75 kilos), del flamenco de hace un siglo. Un hombre Tour ganó un Tour de Flandes, lo que solamente había ocurrido antes tres veces en la historia centenaria del monumento, y la última vez en 1975, cuando Eddy Merckx, claro, se impuso por segunda vez.

Pogacar audaz introdujo el fuego de Flandes, de sus montes salvajes de piedras, Koppenberg, Paterberg, Taaienberg, en los sueños de los humanos, ciclistas menudos que sobre neumáticos anchos, de hasta 36 milímetros, sobre bicicletas ligeras con tubos afilados y orientados hacia donde sopla el viento, que nunca llega a cero grados, aunque lo crean, para desafiarlo de frente, pedalean hasta cómodos, sin mucho bote, sin bamboleos, y hasta compiten. Con menos de 70 kilos, aceleran y esprintan y vencen, como lo hace el miércoles en Waregem Neilson Powless, y ridiculizan y deprimen a las fábricas de vatios antaño orgullosas como Wout van Aert. Ruedas gordas, manillar estrecho, de 42 centímetros, más aerodinámico, brazos más pegados al cuerpo, más de 46 por hora de media.

Los que intentaban aguantar a rueda de Eddy Merckx atacante en las carreteras de Flandes bufaban, jadeaban, suspiraban. “Es imposible”, concluían. “Rueda cinco kilómetros por hora más rápido que nosotros”. La misma sensación experimentan 50 años más tarde quienes estos días de clásicas extremas intentan aprovecharse de la rueda de Mathieu van der Poel, Mads Pedersen o Tadej Pogacar, por ejemplo, que se verán las caras, y las ruedas traseras unos de otros este domingo en el Tour de Flandes.

Y ya días antes, los aficionados, con el pulso acelerado, calculan probabilidades, analizan vientos, meteorología y montes, comparan bicicletas, y repasan en un abrir y cerrar de ojos lo ocurrido en tres de las grandes clásicas ya cumplidas: la San Remo 25, la madre de todas las San Remos y de todas las batallas que hubo y que habrá entre Pogacar y Van der Poel, los príncipes de la luz en primavera, y la victoria del neerlandés de sonrisa rubia y clara; el GP E3 en el que Mads Pedersen, un danés de Tølløse, en el centro agrícola, viento, llanura, de la isla de Zelandia, sustituyó a Pogacar a rueda del neerlandés hasta que este le desnudó, le vació, le secó, en el Viejo Kwaremont, a casi 40 kilómetros de la llegada; la Gante-Wevelgem, en la que sin Van der Poel, cansando, ni Pogacar, en plena preparación y estreno de bicicleta en Mónaco, Pedersen, sprinter de largo aliento que muchos belgas desearían que hubiera nacido en sus tierras, por su desprecio del frío, de la lluvia, de la medida, hizo de ambos. Atacó en el monte Kemmel a 56 kilómetros de la meta y se fue solo, a 50 por hora, 70 minutos con el viento de espaldas, Trek con un solo plato de gravel que giraba sin parar.

En la década pospandemia cada Monumento es una encrucijada de ciclismos y de campeones. Todos los años ha sido así, pero ninguno como lo que ha dejado entrever la Milán-San Remo madre de todas las classicissimas de Van der Poel, Ganna y Pogacar, y lo que se prevé en los próximos ocho días del Norte, en Flandes y en Roubaix. Contando desde la Lieja de 2021, cuando el esloveno levantó su primera gran clásica, 15 de los 18 Monumentos disputados han tenido como ganadores a Pogacar (siete), Van der Poel (seis en ese tiempo, siete en su carrera) o Remco Evenepoel (dos). Y ningún lugar para escenificarlo este domingo como el Viejo Quaremont, el monte adoquinado más largo de los 12 que deberán afrontar en los últimos 130 kilómetros de los 268,9 que los llevan desde Brujas hasta Oudenaarde culebreando por las estrechas carreteras rurales de las Ardenas flamencas.

Si en los tiempos de los pesados Fabian Cancellara contra Tom Boonen, colosos de más de 80 kilos, el lugar de culto era, apropiadamente, el Muro de la Capilla, los dos kilómetros y el perfil de piano del Quaremont (más empinada, hasta el 10% la primera parte), que se sube tres veces, y su encadenado diabólico con el Koppenberg (600m al 11% con unas decenas de metros al 21%) y el Paterberg (400m al 13%, con un paso al 19%) se han apropiado de la imaginación y el sueño colectivos en la década de Van der Poel, el ciclista ideal para la prueba (seis participaciones desde 2019: un cuarto puesto, dos segundos, tres victorias) y Pogacar (dos veces la ha corrido y las dos fue protagonista, una vez cuarto tras lograr soltar brevemente a Van der Poel en el Koppenberg, y una vez primero, 2023, dejando al neerlandés en el Quaremont).

Con tanta intensidad ha golpeado el nuevo ciclismo, el de los campeones completos de cualquier tamaño a la imagen de su dios, Pogacar, en el viejo Flandes, y tanto los ha modelado, que a la hora de pronosticar con estrellas los favoritos del domingo (Tdp y Eurosport: salida a las 10.17; llegada prevista a las 16.15, a una media récord de más de 45 kilómetros a la hora: sol de radiante mañana primaveral) bastará con tomar prestada la clasificación de la edición de 2023, quedarse con los cinco primeros (Pogacar, Van der Poel, Pedersen, Van Aert y Powless, por ese orden), añadirles, como mucho, a Matteo Jorgenson (noveno entonces) o Stefan Küng (sexto) y silbar con alegría por la llegada de Pippo Ganna, recordman de la hora mastodonte (1,93m, 86 kilos), gigante que a los 28 años ya se siente capaz y libre para que se exprese su alma flamenca y clasicómana. Los ocho cubren el espectro físico del ciclismo de la década. Los hay tirando a escaladores de menos de 70 kilos (Pogacar, que puede ganar de arcoíris como Eddy Merckx hace 50 años, como Van der Poel hace 365 días; Powless, Jorgenson). Están los del cuerpo ideal en la decena de los 80, compactos como Pedersen, y su alma de pitbull o estilizados como Van der Poel, que si gana será el primero de la historia que lo hará cuatro veces, o el enigma Van Aert, tantas veces caído y herido, y doliente, que repentinamente se siente acusado de desarraigado de su Herentals, de su viejo Flandes, tantas semanas en el Teide preparándose que se olvida del pelotón nervioso, de los adoquines, del viento, el frío y hasta de limar en el pelotón: la imagen perfecta, triste, del loser. Y están los grandes, grandes, Ganna, Küng, que sufrirán en el Koppenberg pero harán sufrir en el llano adoquinado.

¿Españoles? Poca cosa. España sigue dándole al monocultivo de etapistas-escaladores. Los Flecha o Freire que llegaban, Oier Lazkano, enfermo en su estreno con el Red Bull, o Iván García Cortina, no llegan. La afición ya cree solo en el futuro, en Héctor Álvarez, en Benjamín Noval, tan jóvenes aún, y suplica.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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