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Trump sume a la economía de Estados Unidos en el caos y la incertidumbre

La errática política comercial y el agravamiento de la crisis fiscal lastran el crecimiento y amenazan con la recesión

Donald Trump, este viernes en su visita a una planta de U.S. Steel en West Mifflin (Pensilvania).
Miguel Jiménez

La palabra recesión reapareció esta semana en las actas de la Reserva Federal. Los economistas del banco central estadounidense conceden a una crisis económica en toda regla para este año la misma probabilidad que a su escenario central, que es de un bajo crecimiento. En solo cuatro meses, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sumido a la primera economía del mundo en el caos, la confusión y la incertidumbre con su errática política comercial y su agresiva agenda presupuestaria, poniendo en vilo al mundo entero. El peligro no es solo de recesión, sino también de crisis fiscal e incluso financiera, como han puesto de manifiesto las tensiones en los mercados de bonos y divisas.

El frenazo del crecimiento estadounidense, la guerra comercial y la inestabilidad financiera pasarán factura a la economía mundial, aunque el riesgo de una recesión global se ha difuminado con las rectificaciones de Trump. Los economistas hacen cuentas de los países que se verán más afectados, pero el escenario cambia constantemente y el desenlace es incierto.

La economía de Estados Unidos ha dado pruebas de una enorme resistencia en los últimos años, pero el presidente la está poniendo a prueba con contumacia. Su política comercial provocó que el producto interior bruto (PIB), que venía experimentando un fuerte crecimiento, se contrajese en el primer trimestre por primera vez en dos años, antes incluso de que la mayoría de los aranceles entrasen en vigor.

Su declaración de guerra comercial al mundo entero del pasado 2 de abril, al que bautizó como Día de la Liberación, estuvo a punto de provocar una crisis financiera. Trump se arredró al ver la caída del dólar y de los bonos del Tesoro y rectificó parcialmente, pero sin abandonar su retórica proteccionista.

El presidente también eximió de aranceles a los teléfonos, ordenadores y chips ante el riesgo de que sus precios se disparasen y alivió los impuestos al sector del automóvil ante las advertencias de los ejecutivos del sector. Antes ya había suavizado sus medidas contra las importaciones de México y Canadá. Finalmente, también escenificó un acuerdo con China para rebajar los aranceles del 145% al 30% después de que los directivos de las grandes empresas de distribución alertasen del riesgo de fuertes subidas de precios y estanterías vacías.

Trump amenazó el viernes de la semana pasada a la Unión Europea con aranceles del 50% para echarse atrás el domingo a cambio solo de la promesa de seguir negociando. Cada paso adelante de Trump ha sido castigado en los mercados y ha deteriorado las perspectivas económicas y cada paso atrás ha sido celebrado por economistas e inversores. Esa dinámica ha popularizado en Wall Street la estrategia TACO, que consiste en invertir con la premisa de que, en materia de aranceles, Trump Always Chickens Out (Trump siempre se acobarda), es decir, acaba dando marcha atrás.

El miércoles, horas después de que Trump dijera que consideraba “repugnante” que le preguntasen por eso, el Tribunal de Comercio Internacional, el órgano jurisdiccional federal especializado en la materia, declaró ilegales y anuló la mayor parte de los aranceles aprobados por el presidente, desmontando su estrategia de utilizarlos como arma de presión. Al día siguiente, el Tribunal de Apelaciones de Washington suspendió la aplicación de la sentencia mientras analiza el caso en las próximas dos semanas, pero los aranceles siguen en el alero.

Donald Trump, el 2 de abril en la Casa Blanca al anunciar sus aranceles a todo el mundo.

“Los tribunales están desempeñando un papel cada vez más importante en la contienda arancelaria, lo que aumenta la confusión y prolonga la incertidumbre que sigue agitando los mercados financieros”, indica Bob Schwartz, economista de Oxford Economics. “La batalla legal solo está empezando, y la niebla de la incertidumbre seguirá cubriendo el panorama económico en el futuro inmediato”, añade.

Mientras su equipo prepara un plan B, Trump anunció que duplica hasta el 50% los impuestos a la importación de acero y aluminio extranjero. Su tesis es que sin aranceles, “Estados Unidos estaría en peligro”, según dijo el viernes en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Los aranceles están para quedarse.

Es probable que la incertidumbre sobre los aranceles esté causando estragos en la psicología de los hogares, provocando un estado de ánimo pesimista cuando se imponen los aranceles y avivando un repunte del optimismo cuando se retiran, según Schwartz.

Esa dinámica se extiende a economistas, inversores y empresas. “El sentimiento del mercado de bonos y las expectativas macroeconómicas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos o en un post de Truth Social [la red social de Trump]”, sostiene R.J. Gallo, gestor de carteras de renta fija de Federated Hermes.

“Con los aranceles específicos de cada país cambiando rápidamente y la legalidad de los aranceles en entredicho, la incertidumbre seguirá siendo alta. Esto dificultará a las empresas saber cuándo y qué productos importar y trazar un camino a seguir para el comercio”, indica Matthew Martin, economista de Oxford Economics.

“En el ámbito empresarial, la guerra comercial ha tomado la forma de una guerra de comunicaciones. Las empresas estadounidenses se están superando con entusiasmo en sus ofertas con anuncios de inversiones nacionales y, cabe mencionarlo, a veces con una gran dosis de creatividad. En realidad, los equipos directivos están ganando tiempo ante la incertidumbre generada por la actual política económica estadounidense. Se están reduciendo las contrataciones y las inversiones”, indica Yves Bonzon, jefe de inversiones de Julius Baer.

Crisis fiscal

Las idas y venidas con los aranceles han restado protagonismo al que muchos economistas consideran un problema mayor: la crisis fiscal de Estados Unidos, que tiene el déficit y la deuda pública disparados, con el riesgo de que se convierta en una crisis financiera o incluso de deuda soberana.

Uno de los últimos en dar la voz de alarma ha sido Jamie Dimon, presidente de J. P. Morgan, el mayor banco de Estados Unidos. En un acto en Simi Valley (California), alertó este viernes sobre la insostenible trayectoria de la deuda pública y aseguró que ya había advertido a los supervisores: “Va a haber un crack en el mercado de bonos”. “No sé si la crisis se producirá dentro de seis meses o seis años”, dijo Dimon. “Por desgracia, puede que lo necesitemos para despertar”, añadió.

Benjamin Franklin, uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos, cuya efigie aparece en los billetes de 100 dólares, los de mayor denominación, sostenía que es “mejor irse a la cama sin cenar, que levantarse con deuda”.

Estados Unidos se ha dado un festín tras otro. Alcanzó su nivel récord de endeudamiento a finales de 1945, tras la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. En 1988, cuando la deuda de Estados Unidos sobre el PIB era menos de la mitad que la actual, el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, ya advirtió sobre la situación fiscal del país. “El largo plazo se está convirtiendo rápidamente en el corto plazo”, dijo.

La última vez que se equilibró el presupuesto y se redujo la deuda fue durante la presidencia de Bill Clinton, que se atrevió a vaticinar en diciembre de 2000 que Estados Unidos estaría libre de deuda en una década. Desde entonces, las rebajas de impuestos, la Gran Recesión y la pandemia han provocado altos déficits. La llamada deuda en manos del público —ese dato es más relevante que la deuda bruta, dada la gran cantidad de pasivo intragubernamental— cerró 2024 en el 98% del PIB.

Trump, que elevó el déficit a un récord de posguerra del 14,7% del PIB en 2020 en plena pandemia, regresó a la Casa Blanca proclamando responsabilidad fiscal. Ante el Congreso de marzo, prometió: “En un futuro próximo, quiero hacer lo que no se ha hecho en 24 años: equilibrar el presupuesto federal. Vamos a equilibrarlo”.

El presidente, sin embargo, ha impulsado una legislación (″Una gran y hermosa ley", se llama) en la dirección contraria. “Las buenas intenciones de la istración Trump al inicio de su mandato en cuanto a la disciplina presupuestaria parecen haber quedado sepultadas”, indica Yves Bonzon, jefe de inversiones de Julius Baer.

La ley de Trump prorroga las rebajas fiscales de su primer mandato (generalizadas, pero que favorecieron sobre todo a los más ricos y las empresas) e incluye parte de las que prometió en campaña (exenciones de impuestos a las propinas y las horas extraordinarias, entre otras). A cambio, recorta ayudas alimentarias, becas y prestaciones sanitarias. Este viernes, en un acto en Des Moines (Iowa) con votantes, la senadora republicana Joni Ernst trató de defender esos recortes y desde el público le afearon que, sin cobertura sanitaria la gente se va a morir. “La gente no se va... Bueno, todos nos vamos a morir”, contestó, para indignación de los asistentes.

La ley favorece a los más ricos y perjudica a los más desfavorecidos. Su efecto neto, sin embargo, es aumentar el déficit y la deuda. La Oficina Presupuestaria del Congreso estimó un aumento del déficit de 3,8 billones de dólares en 10 años; el Comité para un Presupuesto Federal Responsable calculó 3,1 billones, incluyendo los intereses; el Modelo Presupuestario Penn Wharton lo cifró en 2,8 billones. Sin embargo, la ley está concebida de manera que las rebajas de impuestos se aprueban de forma temporal (expiran tras el mandato de Trump), lo que condiciona el cálculo a 10 años, haciendo que el coste parezca menor. Deja la patata caliente de la prórroga al siguiente Congreso.

El Budget Lab de Yale calcula que si las disposiciones temporales se hacen permanentes, el costo durante el período 2025-2034 sería de 5,0 billones de dólares y durante el período 2025-2055, de 23,7 billones de dólares. Contando que ya se parte de un abultado déficit, calcula que eso podría llevar la deuda sobre PIB al 200% en 2055, un nivel que solo superan Sudán y Japón.

Incluso Elon Musk, fiel aliado del presidente, se mostró “decepcionado” por una ley que “aumenta el déficit presupuestario, en lugar de reducirlo”. Musk se despidió esta semana de sus tareas gubernamentales tras fracasar en sus objetivos. En el multitudinario mitin de la campaña de Trump en el Madison Square Garden de Nueva York, el que ahora es secretario del Tesoro, Howard Lutnick, le preguntó cuánto creía que podría recortar de los 6,5 billones de gasto público federal y el magnate contestó que dos billones. Luego, dijo que ese sería el mejor escenario y rebajó el objetivo a un billón. Se va del Gobierno cifrando los recortes en 175.000 millones, aunque incluso esa cifra está muy inflada.

Donald Trump entrega a Elon Musk una llave dorada, este viernes en el Despacho Oval de la Casa Blanca.

La Cámara de Representantes aprobó el proyecto de ley, que ahora se debate en el Senado, por un solo voto, pero los que votaron en contra fueron los inversores del mercado de bonos, que acababan de ver cómo la agencia Moody’s retiraba al Tesoro de Estados Unidos su calificación de máxima solvencia, y llevaron la rentabilidad del bono al 5,15% en zona de máximos de dos décadas.

“El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, tachó recientemente a Moody’s de indicador rezagado”, recordaba en un informe Matt Eagan, gestor del grupo Natixis. “Tiene razón: todo el mundo sabe ya que la trayectoria fiscal de Estados Unidos es insostenible. Con déficits superiores al 6% del PIB y sin solución a la vista, no es de extrañar que los inversores estén nerviosos. Los bonos del Tesoro estadounidense son el principal riesgo estructural del mercado actual”, argumentaba.

Hay riesgo de círculo vicioso. “El menor crecimiento económico y la presión al alza sobre la inflación durante los próximos dos trimestres podrían avivar los temores sobre el déficit, creando potencialmente un ciclo de preocupaciones fiscales que aumenten las primas por plazo, lo que elevará los tipos del Tesoro, incrementará los costes de financiación del Gobierno y volverá a agravar las preocupaciones fiscales”, indica John Canavan, analista de Oxford Economics.

Los republicanos sostienen que la ley impulsará la economía y que eso, junto con la recaudación por aranceles, permitirá reducir el déficit. Trump señaló este viernes que espera que la economía crezca a un ritmo de entre el 5% y el 9% anual, una proyección tan absurda que nadie se hizo eco de ella.

“Si los inversores pierden la confianza en el plan del Gobierno para gestionar su presupuesto, no importa que las mentes brillantes del Gobierno tengan ‘razón’. Los anales de la inflación y los problemas de deuda de los principales países están plagados de trayectorias de deuda que parecían sostenibles hasta que dejaron de serlo”, escribía recientemente en The Wall Street Journal Ken Rogoff, coautor junto a Carmen Reindhart de Esta vez es distinto, el libro de referencia durante la crisis de la deuda europea. “Dado el caos causado por su guerra arancelaria y la consiguiente caída del apetito por los bonos estadounidenses, si la ley sobre impuestos y gasto público no les parece hermosa a los inversores, no importará cómo la vea el presidente”, explicaba.

Estados Unidos, sin embargo, cuenta con grandes fortalezas. Su economía es dinamica, productiva e innovadora. Tiene un gran mercado interior y aunque la trayectoria de la deuda sea insostenible, su nivel actual no lo es. Además, como indica Axel Botte, estratega de la gestora Ostrum, del grupo Natixis, “no hay una alternativa clara a la deuda de Estados Unidos”. “La liquidez y la seguridad que ofrecen los bonos del Tesoro de Estados Unidos no tiene parangón”, sostiene.

Estados Unidos, el dólar y su mercado de deuda han servido durante décadas como refugio o puerto seguro para el dinero, pero la caótica gestión de Trump pone en riesgo esa condición. “La erosión de las ventajas del puerto seguro podría incluir una mayor incertidumbre y riesgos discontinuos, mayores rendimientos de los bonos y, en última instancia, un menor crecimiento”, según Ernie Tedeschi, economista jefe de The Budget Lab.

En un momento en que Estados Unidos necesita atraer dinero del exterior, la desconfianza generada por Trump puede resultar fatal. En la ley fiscal, además, se incluye una disposición que ha hecho saltar las alarmas en Wall Street. Permite subir los tipos impositivos a personas y empresas de países cuyas políticas fiscales Estados Unidos considere “discriminatorias”. Eso incluye gravar más los intereses y los dividendos obtenidos por inversores institucionales —incluidos fondos de inversión, soberanos o de pensiones—, así como inversores particulares y empresas. La guerra comercial podría derivar así en guerra de capitales.

Todo eso apunta en la dirección de que las divisas —y también la inflación— se conviertan en la variable de ajuste. “La errática política económica de Estados Unidos, la tensa situación fiscal y el elevado endeudamiento exterior, en un contexto de doble déficit, sugieren que la vía más fácil es la de un dólar más débil”, indica David Meier, economista de Julius Baer, que prevé que el tipo de cambio se sitúe en 12 meses en 1,24 dólares por euro y ve “un gran potencial de depreciación” a más largo plazo.

Una crisis en el mercado de bonos se transmutaría con facilidad en crisis financiera, dadas las fuertes tenencias de bonos de la banca. Desde el Pánico de 1907, cuando John Pierpont Morgan, fundador de JP Morgan, dio un paso al frente para contener la crisis financiera, la entidad arrastra la fama de sacar tajada de las crisis. Jamie Dimon lo recordaba el viernes en California al señalar que había advertido a los supervisores del riesgo de crisis: “Os digo que va a ocurrir y que vais a entrar en pánico. Yo no voy a entrar en pánico, estaremos bien. Probablemente ganaremos más dinero y entonces algunos de mis amigos me dirán que nos gustan las crisis porque son buenas para JP Morgan Chase, aunque no es verdad”.

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Sobre la firma

Miguel Jiménez
Corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactor jefe de Economía y Negocios, subdirector y director adjunto y en el diario económico Cinco Días, del que fue director.
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