España sin luz y Toni Papá veía ‘Terminator 3’ en la tele en su chabola de La Cañada Real: “La gente sintió lo que es vivir como nosotros”
Unas 4.000 personas sobreviven sin electricidad en el poblado chabolista más grande de Europa, al sur de Madrid, gracias a sus generadores y placas solares

—Si todo el mundo va a contar su historia, yo también.
Así habla Toni Papá, quien igual que Toni Hijo, “está cansado” de que sus amigos le digan por mensajes de voz que España entera se quedó a oscuras y él no se enteró “de la misa la media”. “Sí que me enteré… Pero a las cinco de la tarde”, reconoce el hombre, de 39 años. Toni Papá estaba junto a Toni Hijo, de 19 años, en el salón de la última chabola del sector 6 de la Cañada Real, situada al sur de Madrid.
Todo lo que tiene delante de él son escombros de lo que un lejano día fue ese mundo. El proceso de realojo y de derribo que está viviendo el poblado chabolista —el más grande de toda Europa— y sin luz desde 2020, ha dejado a la familia de Toni Papá al borde de la nada. De ahora en adelante preparará “algún tipo de kit de supervivencia” porque ya no se fía de “cómo está el mundo”.
Sin embargo, este lunes, Toni Papá estaba más que relajado, tumbado en el sofá, con los pies encima de la mesa, viendo en Netflix su última película favorita: Terminator 3, la rebelión de las máquinas. Entonces, cuando Toni Papá y Toni Hijo atendían emocionados al desenlace final, su hija mayor —Saray, de 20 años— aparcó bruscamente el coche en mitad del camino de tierra frente a su parcela.
Acompañada de su marido, la joven entró histérica a la casa. “¡Que hay apagón! ¡Que nos hemos quedado sin luz!”, gritaba Saray, que en 2023 se independizó junto a su pareja a un piso de Vallecas. “Así nos enteramos los Tonis, padre e hijo, de que España se venía abajo”, afirma.
—¿Qué hiciste?
—Salir a por gasolina. A toda prisa.
Toni Papá cogió su vieja furgoneta, que en ese momento se encontraba en la reserva de combustible, y condujo hasta Arganda del Rey, de gasolinera en gasolinera, adentrándose por carretera en una realidad de la que había sido ajeno todo el día. “¡Madre mía en la que nos hemos metido!”, pensaba. Todas estaban cerradas, salvo una Repsol que sí pudo abrir al conseguir conectarse a un gran generador.
“Tienes que pagar en efectivo, Toni, se ha acabado la tarjeta”, le advirtió un amigo de la Cañada que se encontró en mitad del atasco. “Eso no es problema para mí. Yo todo lo llevo en físico, en el bolsillo. Como mucho de vez en cuando utilizo la cartilla para que mi mujer vaya al banco”, cuenta Toni Papá. Echó 30 euros, y compró varias garrafas más de gasolina para alimentar el motor de 3.000 vatios con el que produce la luz de su chabola, como si el apagón de luz pudiera ser aún más grave de lo que ya es en el poblado.

Para los que no están acostumbrados a vivir desconectados a la red eléctrica, Toni Papá enumera una serie de consejos. El primero es, sin duda, “no tener nunca la nevera llena”. “Nosotros, por si alguno de los sistemas que tenemos nos falla y la nevera se apaga, vamos comprando poco a poco. No te digo a diario, pero cada tres días”. Lo segundo sería tener el móvil siempre cargado “para usar la linterna en la oscuridad”. “Aquí por las noches, cuando apagamos el generador, nos movemos así”, ite. Por último, propone comprar en el Bricomart unos focos portátiles con una pequeña placa solar que le sirven para exterior e interior indistintamente.
Si el último de la fila en el Sector 6 de la Cañada es Toni Papá, de las primeras está Carmen Avezuela, de 70 años. Avezuela fue la primera monitora que acompañaba a los niños del poblado en el autobús de ruta que les lleva y les trae del colegio. Normalmente, suelen ser unos 37, según ella. “Ayer, cuando vinimos sin luz, estaban deseando llegar. Se han acostumbrado a la oscuridad, aquí es el pan nuestro de cada día, pero fuera no están habituados a verlo, y eso les asustó un poco. Al entrar a la Cañada lo celebraban”, recuerda la mujer. “¡Yo he tenido luz!“, cuenta que gritaban los apenas diez que han acudido este martes a su centro educativo.
A pesar de las complicaciones del lunes, la Cruz Roja acudió con normalidad a la Cañada Real para realizar las actividades de refuerzo escolar que llevan a cabo cada tarde. “Se tuvieron que suspender. No porque no hubiera luz. Aquí fue, tristemente, un día como cualquier otro, pero las rutas escolares se retrasaron muchísimo, estaba todo colapsado. Merecería mucho la pena que después de lo de ayer la sociedad española se sensibilice un poco con lo que pasa aquí”, manifiesta un voluntario desde el coche con el que se desplaza por el poblado junto a un equipo de dos trabajadoras sociales más.
El hotel ocupado de San Blas
Para Compa, de 54 años, el lunes empezó y acabó como un día normal, a pesar de que entre medias se produjera un apagón masivo en la península ibérica, fuera casi imposible comunicarse ni cargar los dispositivos. Lo fue porque él ya está acostumbrado a vivir sin electricidad. Compa, que prefiere omitir su apellido, es uno de los residentes del hotel ocupado de San Blas, un macrocomplejo abandonado a las afueras de Madrid en el que el ruido de los generadores es la banda sonora y el destello de las placas solares el paisaje en las azoteas y terrazas.

“Fue hasta un poco divertido, porque, por una vez, la gente sintió lo que es vivir como nosotros”, comenta Compa. El complejo Aragón Suites fue un proyecto de un constructor planeado para la época en la que Madrid soñaba con albergar los juegos olímpicos.
Finalmente, se inauguró parcialmente en 2016, ya casi destinado al fracaso. La empresa que lo gestionaba entró en bancarrota y hace tres años cortó los suministros a los pocos inquilinos legales que había. Compa era uno de ellos. Además, comenzaron a llegar otros ocupantes a los 273 apartamentos divididos en cinco edificios.

Lo único en lo que Compa se vio afectado, es que el apagón le pilló haciendo la colada en una lavandería y su ropa de color quedó atrapada. Este martes tenía que regresar a por ella. Más allá de eso, el hombre reconoce que ni siquiera hizo mucho caso este lunes al desarrollo de los acontecimientos, más bien pasó el día con normalidad y lo acabó haciendo la cena en su cocina de gas.
Para acceder a su apartamento, en un segundo piso al que hay que subir por las escaleras, como muchos hicieron este lunes obligados por las circunstancias, es necesario iluminar con la linterna un pasillo. En el rellano de su piso, dos pequeñas lámparas con batería dan algo de luz y permiten ver al Cristo de los Alabarderos que Compa tiene pegado en la puerta.

En su terraza hay tres placas solares orientadas al sur y un poco más allá, en la azotea, se ven las que puso su vecino, a las que implantó también un sistema antirrobo por el que suena un pitido cuando alguien se acerca. “Es que se las han intentado llevar varias veces”, apunta Compa. Aquí, todos se tuvieron que acostumbrar rápido a autoabastecerse. Las placas están conectadas a una batería de 900 vatios. “Son suficientes para mi vida diaria, el generador lo enciendo en contadas ocasiones”, resume. ite que el último mes de marzo, abundante en lluvias, sí que ha tenido que tirar más de él.
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