window.arcIdentityApiOrigin = "https://publicapi.elpais.sergipeconectado.com";window.arcSalesApiOrigin = "https://publicapi.elpais.sergipeconectado.com";window.arcUrl = "/subscriptions";if (false || window.location.pathname.indexOf('/pf/') === 0) { window.arcUrl = "/pf" + window.arcUrl + "?_website=el-pais"; }Sin dinero, desempleados o enfermos: sin rastro de solicitantes de asilo en el aeropuerto de Barajas | Noticias de Madrid | EL PAÍSp{margin:0 0 2rem var(--grid-8-1-column-content-gap)}}@media (min-width: 1310px){.x-f .x_w,.tpl-noads .x .x_w{padding-left:3.4375rem;padding-right:3.4375rem}}@media (min-width: 1439px){.a .a_e-o .a_e_m .a_e_m .a_m_w,.a .a_e-r .a_e_m .a_e_m .a_m_w{margin:0 auto}}@media (max-width: 575.98px){._g-xs-none{display:block}.cg_f time .x_e_s:last-child{display:none}.scr-hdr__team.is-local .scr-hdr__team__wr{align-items:flex-start}.scr-hdr__team.is-visitor .scr-hdr__team__wr{align-items:flex-end}.scr-hdr__scr.is-ingame .scr-hdr__info:before{content:"";display:block;width:.75rem;height:.3125rem;background:#111;position:absolute;top:30px}}@media (max-width: 767.98px){.btn-xs{padding:.125rem .5rem .0625rem}.x .btn-u{border-radius:100%;width:2rem;height:2rem}.x-nf.x-p .ep_l{grid-column:2/4}.x-nf.x-p .x_u{grid-column:4/5}.tpl-h-el-pais .btn-xpr{display:inline-flex}.tpl-h-el-pais .btn-xpr+a{display:none}.tpl-h-el-pais .x-nf.x-p .x_ep{display:flex}.tpl-h-el-pais .x-nf.x-p .x_u .btn-2{display:inline-flex}.tpl-ad-bd{margin-left:.625rem;margin-right:.625rem}.tpl-ad-bd .ad-nstd-bd{height:3.125rem;background:#fff}.tpl-ad-bd ._g-o{padding-left:.625rem;padding-right:.625rem}.a_k_tp_b{position:relative}.a_k_tp_b:hover:before{background-color:#fff;content:"\a0";display:block;height:1.0625rem;position:absolute;top:1.375rem;transform:rotate(128deg) skew(-15deg);width:.9375rem;box-shadow:-2px 2px 2px #00000017;border-radius:.125rem;z-index:10}} Ir al contenido
_
_
_
_

Sin dinero, desempleados o enfermos: sin rastro de solicitantes de asilo en el aeropuerto de Barajas

EL PAÍS recorre el aeródromo y cuenta cómo son sus huéspedes: personas muy vulnerables, españoles y extranjeros. El Ayuntamiento de Madrid insiste en la presencia de solicitantes de asilo para movilizar al Gobierno

Barajas

Entre 300 o 400 personas sin hogar pernoctan cada noche en Barajas. Han llegado a ser medio millar. Nadie sabía quiénes eran hasta que una entidad religiosa —Mesa de la Hospitalidad, en la que está integrada Cáritas— elaboró por iniciativa propia un censo. Casi tres meses después de desatarse este problema, el informe se ha presentado este lunes a las autoridades municipales, autonómicas y gubernamentales involucradas. Hasta ahora ninguna de las istraciones se había interesado en tener la foto completa: aunque han alegado estar trabajando en ese asunto, lo hacían completamente a ciegas. Dos periodistas de EL PAÍS recorrieron el viernes por la noche las cuatro terminales del aeropuerto madrileño para tratar de conocer a sus huéspedes.

A falta de ese censo, las entrevistas a más de una veintena de personas, entre españolas y extranjeras, revelan la gran vulnerabilidad de sus huéspedes, personas con graves problemas de salud mental, enfermas, desempleadas, sin dinero para pagar una habitación y sin a plazas en albergues municipales.

Este periódico no encontró entre estos ciudadanos ni entre sus conocidos —una muestra total de unas 100 personas— ninguno de los “muchos” solicitantes de asilo que el Ayuntamiento de Madrid asegura que hay entre ellos. “El número es inexistente o muy, muy pequeño”, aseguró el viernes el presidente de AENA, Maurici Lucena. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida (PP), ha alegado la presencia de solicitantes de asilo, personas que piden protección en España tras huir de sus países y cuya acogida debería garantizar el Ministerio de Migraciones, para reclamar responsabilidades al Gobierno central.

Estas son las historias de algunas de las personas sin hogar que siguen en Barajas.

Rosa V., sin albergue tras la campaña de frío

El zumo de piña es robado. Tal vez por eso hay que darse más prisa de la habitual en consumirlo. Después de pasar por Josué, Santiago y Manuel, el último trago le toca a Rosa V., de 67 años, una mujer vallecana que no quiere revelar su verdadero nombre. Para demostrar cómo le ha cambiado la vida en apenas ocho meses —Rosa cuenta que se quedó en la calle tras una serie de disputas con su exmarido y que, tras concluir la campaña de frío, está sin plaza en los albergues municipales—, la mujer enseña en su teléfono móvil una imagen suya con fecha del 24 de octubre de 2024.

“Ni siquiera los ojos son los mismos”, dice de sí misma tras quitarse las gafas de sol. Ahora es un rostro cansado, lleno de arrugas, mal alimentado. Rosa V. es madrileña, acude a ciertos comedores sociales durante el día y, hasta el momento, según ella y la mayoría de los entrevistados, no ha conocido a nadie de los equipos de calle del Ayuntamiento que vienen a Barajas.


Personas sin hogar duermen en el aeropuerto de Barajas.

Ninguno de los compañeros de Rosa V. es solicitante de asilo. Tampoco ninguno es capaz de identificar a nadie que lo sea entre el resto de personas sin hogar a su alrededor. Rosa V. pregunta a sus compañeros qué opciones tiene, a quién creen que debe dirigirse. Su experiencia con la trabajadora social no es del todo satisfactoria. “Los plazos que me dan son muy largos. Creo que en esa espera nos perdemos muchos”, comenta.

Da la sensación de estar, sobre todo, perdida. “Aceptaría un recurso sin dudarlo, igual que acepté el albergue en invierno”, añade. Ninguno le aclara demasiado, varios de ellos ni siquiera tienen todavía papeles. Josué, de 36 años, el más veterano, cambia de pronto el paso de la conversación. “Rosa, para mí que tú lo que tienes son ítems de depresión”, le dice. Ella, de nuevo oculta bajo sus gafas de sol, parece quedarse muda. “No. Yo no tengo depresión. Lo que no tengo es un techo. Tú dame un techo y verás…”, termina por decir.

Paulina, de explotada al suelo de Barajas

Cuando se acerca la media noche, Paulina prepara su catre —un cartón y unas sábanas impolutas—para irse a dormir. Esta peruana de 60 años acabó en ese pedazo de suelo de la Terminal 1 porque se plantó ante sus patrones, una familia española que la mantuvo explotada casi un año. Trabajaba como interna cuidando a una señora mayor por solo 800 euros al mes. Trabajaba también los fines de semana a cambio de poder dormir en la casa también esos días.

“Aguanté mucho. La señora me trataba muy mal. Hasta que me dijeron que no me pagarían las vacaciones si las tomaba. ‘¿Lo tomas o lo dejas?’, me dijo el hijo", recuerda. Y lo dejó, aun sabiendo que se quedaba en la calle. Paulina no es solicitante de asilo y ahora mismo podría ser considerada una persona sin hogar de la que tendría que ocuparse el Ayuntamiento de Madrid. Ya lo hizo unos días, pero la obligaron a marcharse, cuenta.

“A finales de marzo, cuando me fui de la casa, acudí al Samur Social y me acogieron cinco días. Pero se acabó la campaña de frío y me dijeron que me tenía que ir”, recuerda. Con miedo de dormir en la calle, se marchó a la terminal, donde vive desde hace un mes. Durante el día, peregrina con su maleta de mano por comedores sociales y varias iglesias de Madrid, donde aspira a que le consigan un trabajo. “Con 60 años es más difícil, prefieren mujeres más jóvenes”, afirma. A Paulina le gustaría vivir en un albergue municipal hasta que logre estabilizarse de nuevo, pero asegura que no hay plaza para ella. Volver a su país no es una opción todavía. “Voy a aguantar”.

Teresa, toda su vida escondida en un trastero

Teresa Andrade, de 54 años, perdió lo poco que tenía en cuestión de días. Esta española de origen ecuatoriano ha pasado casi 25 años dedicada a limpiar y cuidar mayores, pero este mes de enero perdió su trabajo. Andrade relata un incomprensible lío burocrático que explicaría por qué aún no ha empezado a recibir una prestación por desempleo, la razón por la que dejó de tener los 400 euros que valía la habitación en la que vivía junto a su pareja en Leganés.

Barajas

Sin el salario de ella, ambos se quedaron en la calle, metieron sus cosas en un trastero y pusieron rumbo a Barajas. “Estoy enferma de dormir en el suelo. Aquí hay más locos que en un psiquiátrico”, clama. La mujer asegura que está en o con una trabajadora social en Leganés, pero que nadie del Ayuntamiento le ha preguntado nada en el aeropuerto.

Los seis preinfartos de Marcelo en la T2

Marcelo Montoya saca la cabeza por el hueco que hay bajo una de las rampas mecánicas de la Terminal 2. Montoya hilvana mil y una historias que han ido complicando su vida en España, desde que se mudó hace 19 años desde Chile. Dice que hace tres años que vive en el aeropuerto.

Y teme morirse. “He sufrido seis preinfartos desde que estoy en la calle. “Yo sí me iría a un albergue, estoy enfermo, pero ya me he cansado de intentarlo. Cada vez que he ido se enojan. ‘¿Para qué vienes si ya te hemos dicho que estás en lista de espera?’, me dicen”.

¿Tiene algo que contar? Escriba a los autores a [email protected] y [email protected]

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_