Trump, Pedri y la lógica de un balón
Nadie sabe qué sucederá dentro de dos semanas, dos meses o dos años. En ese abismo aventurero estriba esta época que hemos llamado presente

Este ya es un mundo nuevo. Lo sé porque, como todo lo nuevo, todavía no tiene nombre. Como habitamos en él, tampoco nos hace falta llamarlo de una manera concreta, aunque hay quien habla de la época de la incertidumbre o del miedo. La última encuesta de 40dB advertía de que casi la mitad de los españoles cree en el riesgo de una nueva guerra mundial y quizá ya se esté dando de alguna manera, al menos en su parte económica. Si están cambiando las definiciones, es coherente que también cambie la definición de la guerra. O que se adapte.
Este mundo ya es nuevo, y muchas de las cosas que ocurren no tienen sentido. O lo tienen después, una vez que han pasado. Esa puede que sea una de las características de esta época a la que, para entendernos, llamaremos presente, a secas. Nuestro presente se explica en que no se puede predecir hasta que ya ha pasado y, por tanto, deja de ser presente. Las encuestas intentan los pronósticos, pero con eso no alcanza. Nadie sabe qué sucederá dentro de dos semanas o de dos meses. Nadie sabe cómo estaremos dentro de dos años. En ese abismo aventurero estriba esta época que hemos llamado presente.
El lunes, justo cuando este periódico publicó que la mayoría de los españoles presagia un futuro más autoritario, violento y desigual, la sección de Deportes traía la entrevista que Juan I. Irigoyen le hizo al futbolista del Barça Pedri González. De 22 años, Pedri tiene la cabeza muy en su sitio: “Si llego a casa con mechitas en el pelo, mi madre me mata”. Luego, el jugador contó la historia de un amigo suyo que logró un balón firmado por Pedrito y se puso a jugar con él. Su madre se lo reprochó, porque aquella no era una pelota cualquiera, y su amigo contestó de una manera implacable: “Entonces, ¿para qué quiero el balón?”.
Había tanto sentido en esa respuesta que le estuve dando varias vueltas. En este tiempo de ahora, uno ya no sabe del todo para qué sirven las cosas ni lo que significan. El mar está para echarle fotos y poner filtros, para que parezca más azul y más hondo. Los dirigentes que se hicieron ricos con el capitalismo más feroz promueven un proteccionismo que, en vez de corregir la recesión, la crea. Hay autócratas que dicen defender la democracia y proteccionistas que claman por el comercio abierto.
El supuesto líder del mundo libre levanta fronteras de tantos por ciento y provoca conflictos con aranceles mientras se llama a sí mismo pacificador, y muchos de quienes le auparon le piden que rectifique por hacer lo que prometió y por lo que, en teoría, le apoyaron. Las bolsas caen por noticias ciertas y suben por un rumor. Nadie sabe hacia dónde vamos y en un mundo así los que salen ganando son los que saben de apuestas.
Uno no sabe ya qué es lo que tiene lógica si no la tiene ni el dinero, entregado al miedo. El nuevo orden es el caos y la única manera de tenerse en él consiste en la revolucionaria tarea de recordar para qué fueron creadas las cosas y los cargos. Y se puede empezar, claro, por la sencillez de un balón de fútbol, redondo igual que el mundo.
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