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Tribuna
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El daño que causa la gestación subrogada

Esta practica supone un riesgo para la salud de todas las personas implicadas en el proceso

Una mujer embarazada en una cama de hospital

Fotografía remitida a medios de comunicación exclusivamente para ilustrar la noticia a la que hace referencia la imagen, y citando la procedencia de la imagen en la firma
23/04/2025

La gestación subrogada es, como se sabe, una práctica que consiste en planificar la separación definitiva de un recién nacido de su madre inmediatamente tras el parto. Según el país y la intención de los progenitores, en muchos casos además conlleva que el bebé no vuelva a ver a su madre o ni siquiera llegue a conocer su identidad. Muchas personas contemplan esta práctica como opción válida para formar una familia sin ser en absoluto conscientes de los riesgos que implica para la salud. Algo que tristemente recuerda a lo acontecido tras el boom de adopciones de países del Este a inicios del milenio. Con el tiempo se vio que casi la mitad de estos menores presentaban graves problemas de conducta y alteraciones del neurodesarrollo y psiquiátricas relacionadas con la exposición al alcohol en el útero, el llamado síndrome de alcohol fetal, altamente discapacitante. Un ejemplo muy ilustrativo de cómo el ambiente uterino puede condicionar la salud.

Lo que vivimos en el útero materno, el ambiente al que estamos expuestos, el momento y la forma de nacer, los cuidados que recibimos en los primeros meses de vida, todo ello deja una huella determinante que condiciona nuestra salud física y mental de por vida. El estrés materno durante la gestación, la exposición a tóxicos o el consumo de alcohol, condicionan el desarrollo fetal, como explica la teoría DOHaD (del inglés Developmental Origins of Health and Disease) absolutamente avalada a nivel científico. Las aplicaciones de estas investigaciones se plasman en recomendaciones como las que expresa la OMS en sus guías de cuidados. Es muy llamativo como en el caso de la subrogación se planifica el incumplimiento de esas recomendaciones y sumamente preocupante como sus defensores sistemáticamente ocultan las posibles consecuencias, en muchos casos movidos por un claro ánimo de lucro con una práctica que ha sido calificada de trata y compraventa de seres humanos por la relatora de la ONU.

La subrogación tiene riesgos para la salud de todas las personas implicadas: las mujeres que donan los óvulos, las madres que gestan, los bebés concebidos para subrogación, los otros hijos de estas madres, así como para las personas que van a criarlos. Los subrogados son embarazos de alto riesgo, con mayor número de complicaciones obstétricas graves. Los partos con frecuencia son prematuros o se programan por causas no médicas. Se planifica la separación madre-bebé inmediatamente tras el parto, así como la pérdida de la lactancia. Cada una de esas manipulaciones neurobiológicas perinatales incrementa el riesgo de presentar a lo largo de la vida diferentes patologías, desde trastornos del neurodesarrollo y trastornos del espectro autista, hasta trastornos del vínculo, ansiedad, depresión u otros trastornos que pueden aparecer incluso en la edad adulta. También aumenta el riesgo de padecer enfermedades metabólicas y trastornos como el asma, la obesidad, la diabetes y algunos tipos de cáncer. A lo que hay que añadir el difícil duelo identitario que ya están visibilizando las personas hijas de donantes, que en nuestro país ya reclaman que las donaciones de óvulos y espermatozoides dejen de ser anónimas.

Todos los seres humanos nacemos esperando encontrarnos con nuestra madre. El bebé en el útero tiene clarísimo quién es su madre, por mucho que externamente se fomente la desvinculación con el argumento de que “genéticamente no es suyo”. La subrogación es una orfandad (equivale a perder a la madre en el parto) planificada por las mismas personas que defienden su derecho a ser madres o padres a toda costa. En la adopción se busca quien repare el abandono materno adoptando al bebé, en la subrogación se hace todo lo contrario, quedando el bebé en la máxima desprotección al ir a parar a manos de quienes planificaron ese daño sin mayor filtro que su poder adquisitivo. La subrogación por tanto atenta contra el primum non nocere: es un escenario de daño programado a un recién nacido con consecuencias a corto, medio y largo plazo. Se interrumpe toda una transformación neurobiológica destinada a que las madres se vinculen y protejan a sus bebés. La inocuidad de la separación madre-criatura no ha sido demostrada.

Por razones obvias, apenas hay estudios de seguimiento en subrogación. Sus defensores siempre aluden a los realizados por la profesora Susan Golombok en Reino Unido: un único estudio de seguimiento de 44 bebés hasta la adolescencia. Todos han sido atendidos en el NHS, el excelente sistema sanitario público, han podido conocer a su madre y la mayoría mantiene cierto o con ella y sus familias. Las conclusiones de los estudios de Golombok no son en absoluto extrapolables a la situación de los bebés gestados en países pobres, en condiciones de franca explotación reproductiva, por madres expuestas a violencias diversas, y a la que no podrán siquiera llegar a conocer.

En nuestro país algunos de estos menores ya están siendo atendidos por psiquiatras y psicólogos infantiles, lo que no parece extraño dado todo lo explicado anteriormente. Estoy tristemente convencida de que con el tiempo habrá mucha más evidencia sobre las secuelas de esta práctica, cuya abolición universal defiende la Declaración de Casablanca suscrita por expertos de todo el mundo. Los bebés no se venden, no se compran, no se regalan.

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