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Columna
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A todas ellas

Nati Camacho, Ramona Parra y Petra Cuevas son líderes de la lucha obrera, y su memoria, por insólita e inédita, debería estar en la primera grada de nuestra memoria cada Primero de Mayo

La sindicalista Nati Camacho, el jueves durante la manifestación del Primero de Mayo en la Gran Vía de Madrid.
Elvira Lindo

Cuando España se quedó sin luz yo me encontraba en uno de los lugares más serenos de Madrid, el Jardín Botánico. Libre de enfrentarme a una situación heroica, escuchaba atentamente el relato de una vida, la de la irable sindicalista Nati Camacho. Nos hablaba del sector textil, mayoritariamente femenino, e hilvanaba su experiencia con la de la mujer que sin duda inauguró en los años treinta la lucha obrera de las mujeres, creando el mítico Sindicato de la Aguja. Hablábamos de la inolvidable Petra Cuevas. Petra, que en los años treinta bordaba con hilo de oro los vestidos de la realeza; Petra, organizadora durante la guerra del taller del que salieron los uniformes para los milicianos; Petra, presa venerada entre las presas, la Rosa Catorce, como así la llamaban las compañeras por considerarla parte de aquel ramillete de jóvenes valerosas. Cuevas vivió tanto tiempo, 105 años, como para que la entrevistáramos en la radio, la iráramos y encontráramos en ella eso que se llama ahora “un referente”, que lo mismo sirve para una artista pop megamillonaria como para una señora que se acostó con un rey. Una confusión que nos lleva a colgar medallas de ejemplo ético a quien nos entusiasma en el escenario, o a tildar de avanzadas a quienes disfrutaban de una vida alegre, lo cual también tiene un mérito de otra índole.

Pero estas mujeres ante las que nos encontrábamos para bucear en la historia, Nati Camacho, Ramona Parra, que también estaba, y Petra, presente siempre en el relato, son líderes de la lucha obrera y su memoria, por insólita e inédita, debería estar en la primera grada de nuestra memoria cada Primero de Mayo. Sin ellas, sin Ramona, por ejemplo, se hubiera avanzado muy lentamente en la consideración laboral de las mujeres en los talleres e incluso dentro del propio sistema sindical. Queda mucho por hacer, y ellas, aún activas, ceden el testigo, pero considerar que nada se ha avanzado en este campo es pasar por alto la tozudez con la que se enfrentaron a la precariedad laboral estas mujeres en su juventud, incomprendidas o ignoradas incluso por sus compañeros, cuando la realidad es que padecieron igual o más que ellos, porque entre rejas sobrevivieron a embarazos mal cuidados, partos desatendidos, o incluso a la pérdida de un hijo. Pienso en su ejemplo, que me ha acompañado toda la vida desde que gracias a la radio, bendita radio, conocí a Petra y su fuerza me dejó tal huella que me lancé a escuchar las voces de las que vinieron luego. Sus vidas animan a no ser quejica, a salir de este yo en el que andamos colgadas para tratar de habitar en el nosotras, como hacían ellas en las peores condiciones. Cuando hoy se conjuga el verbo “comparar” es para considerar siempre al que tiene más que tú y llegar a la conclusión de que tú, por ser tú, tú, tú, tan especial como eres, merecerías mucho más de lo que tienes; pocas veces en el discurso público contemplamos la posibilidad de compararnos con las que no solo están en peores condiciones, sino que ahí siguen luchando por mejorar la vida de todo un colectivo.

Cuando acabamos la entrevista, alguien nos avisó del apagón. Encendimos los móviles y nada, nos despedimos envueltas en aquella incertidumbre. No conseguí alarmarme del todo. El largo paseo hacia casa me sirvió para observar a gente lógicamente inquieta, como yo estaría de encontrarme lejos, tener ancianos a mi cargo o niños que recoger. Pero con la suerte de contar con dos piernas fuertes que me llevaban a mi barrio me fui reflexionando sobre todas ellas. ¿Qué las hacía tan especiales? Concluí que hay algo prodigioso en su actitud hacia las otras, una forma inusual de acoger, de hacer sentir a quien escucha parte de su historia aunque no haya experimentado ni la décima parte, irable en su disponibilidad para contar una historia siempre entrelazada con otra. En una España desconectada, yo era esa mujer alegre que cruzaba el Retiro.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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