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Furanchos: la auténtica experiencia enogastronómica gallega, en peligro de extinción

La falta de relevo aboca al cierre a muchos de estos establecimientos tradicionales, nacidos en las casas para dar salida al excedente de vino propio, con permiso para abrir solo tres meses y servir cinco tapas

Tazas de vino en un furancho de Meis (Pontevedra), afectado por las normativas.

Hay alguna ley cósmica que determina que los furanchos se encuentren (o jamás se encuentren) en los lugares más secretos de ese laberinto imposible que es el paisaje rural gallego. La aventura enogastronómica más genuinamente galaica comienza, de hecho, con esa trepidante búsqueda del lugar. Es decir, empieza antes de toparlo y disfrutar en él del premio: una taza de vino de la casa, los callos, los pimientos, la empanada, la tortilla, el queso; a poder ser en mesa corrida, compartida con desconocidos con los que, al final, hasta el más tímido puede acabar cantando abrazado. En esta suerte de carrera de orientación, el autóctono gana, por años de entrenamiento del radar interno, y antes de hallar el furancho que uno busca, y del que uno tiene referencias básicamente por el boca a oreja, es posible que por el camino —empinado y con curvas— se encuentre con otros dos o tres.

Los reconocerá por un signo inequívoco que no será un rótulo, o un neón, sino una rama de laurel puesta en algún lugar visible. Esta indicación no ha cambiado en siglos, y es la señal convenida de que ya se le ha puesto la “billa” (el grifo) a los barriles y ahí aguarda el caldo para ser catado. Según la definición oficial de la Xunta, que reguló este fenómeno galaico en 2012, “se consideran furanchos los locales utilizados principalmente como vivienda privada pero donde sus propietarios/as venden el excedente del vino de la cosecha propia, elaborado en casa para su consumo particular, junto con las tapas que, como productos alimenticios preparados regularmente por ellos/ellas, sirvan de acompañamiento”. “A estos efectos”, concreta el decreto, “tendrá la consideración de excedente del consumo propio una cantidad de vino que no sobrepase la que se obtenga de aplicar a la superficie de su viñedo un rendimiento máximo de 0,65 litros por metro cuadrado”.

DeFuranchos.com, la guía recomendada por muchos furancheiros, da pistas para reconocer cuándo uno de estos locales es fiel a su esencia. “Si el 70% de las sillas no son de distinto color y material, NO es furancho, se trata de un bar de diseño camuflado… ¡huíd!”, advierte la web, “en algunos casos, incluso una sala de la propia vivienda en la planta baja puede servir como comedor para los clientes; lo que siempre llama la atención a los primerizos y suele producir escenas pintorescas. Por ejemplo: devorar una tortilla como una rueda de carro al lado de la ropa tendida”. La misma página reconoce lo intrincado de la búsqueda en la ondulada y dispersa geografía: “Hay leyendas sobre aparatos GPS que han preguntado al propio dónde carallo estaban”.

La propia norma autonómica, rubricada por Alberto Núñez Feijóo como presidente de la Xunta y su hoy sucesor, Alfonso Rueda, como conselleiro que negoció con los furancheiros, refleja la variabilidad del concepto “excedente de vino”. Pero como explica Antonio Juncal, presidente de la Federación de Furancheiros de Pontevedra y propietario de uno en el municipio de Vilaboa, “basta un viñedo de 10.000 metros cuadrados” para poder despachar 6.500 litros. Los furanchos no son bares, tascas, tabernas, chiringuitos, restaurantes, aunque unos cuantos se aprovechen del éxito del término “furancho”. Algunos, además, crecen tanto que acaban pidiendo licencia de taperías y otros no la piden, pero ejercen como tal, saltándose las lindes del decreto.

Los auténticos solo pueden abrir tres meses seguidos, a elegir entre diciembre y el último día de junio, y por lo general la mayoría aprovechan la llegada del buen tiempo, a partir de abril, normalmente solo de jueves a domingo. En cuanto se les acaba el vino propio, que no pueden servir en botella, sino únicamente en jarra o “cunca” (taza) desde el barril (o copa también, si se trata de Albariño), tienen que retirar el reclamo del laurel, quitar la placa o la licencia que les facilita el Ayuntamiento, y cerrar hasta el año que viene.

Hay diversas guías, siempre incompletas, siempre cambiantes por lo efímero del fenómeno. Incluso una suerte de Michelín, la Guía Furanchín, con 11.000 seguidores en Facebook y más de un millar de activos rastreadores de fin de semana conectados por un grupo de Telegram. El epicentro de la Galicia furancheira está en el sur de la provincia de Pontevedra, en la comarca de O Morrazo, en Bembrive (Vigo), en Redondela, en Soutomaior, en Mos, en Pontevedra, en Marín y hacia el norte, alcanza la comarca de O Salnés y Vedra. Tradicionalmente se da también en la zona de Betanzos (A Coruña), pero la moda, la afición de “ir de furanchos”, que se disparó a partir de la primera década de siglo, ha multiplicado estos establecimientos, además, en Ourense o Lugo. En los más grandes llegan a comer juntas, cualquier día del fin de semana, entre 100 y 200 bocas. Al más antiguo del ayuntamiento de Poio (Pontevedra) fue con sus compañeros la princesa Leonor, para despedirse de su etapa en la Escuela Naval de Marín. La fama de estos lugares trasciende poco a poco Galicia: días antes de Semana Santa, familias de madrileños telefoneaban a furanchos como el de Antonio Miniño, en Sanxenxo, preguntando si podían reservar.

El problema es que, aunque existe una fuerte demanda, la oferta de verdaderos furanchos decrece año tras año. En realidad, no se sabe cuántos existen, porque cada Ayuntamiento registra los suyos y no hay una cifra global. “Pueden ser cientos, ¡pero esta temporada estamos notando un bajón muy grande, criminal!”, advierte Miniño, vocal de la federación. “El furancheiro no se jubila, sigue hasta que el cuerpo aguante, pero se están haciendo viejos”, lamenta. “Esto se acaba, los hijos no quieren saber nada, no hay relevo generacional”, avisa Juncal: “Dile tú a los jóvenes que atiendan a un montón de gente en el furancho de jueves a domingo y que el lunes se levanten para sulfatar la viña”.

La carta se cuenta con los dedos de una mano

Todos los que trabajen deben estar empadronados en la casa o ser segunda generación. El origen y el sentido de estos negocios familiares, también conocidos como “loureiros” por ese laurel de la puerta, siempre fue dar salida al vino, elaborado para consumo propio, que sobraba. Antes, la gente llevaba su propia comida. Ahora también puede hacerlo, pero la norma gallega permite la venta de 11 tipos de tapas. Los furancheiros aseguran que las negociaron directamente con Rueda, y que una vez que decidieron qué tapas caseras se podían despachar, la Xunta puso una condición más: de esas 11 viandas, deberían elegir cinco y comprometerse a servir solo esas cada temporada.

Es decir, la carta se cuenta, literalmente, con los dedos de una mano, a escoger entre: tabla de embutidos/queso; pimientos tipo Padrón; oreja/chorizo; lomo/zorza (lomo picado y adobado); costilla; huevos fritos; sardinas o jureles a la brasa; callos con garbanzos o alubias; tortilla de patatas; empanada/empanadillas; y croquetas. Todos los furanchos de un mismo municipio deben pactar qué cinco manjares eligen para la temporada y notificarlo al consistorio, que es el órgano en el que recae el control y el cobro de una tasa por la producción de vino. La taza de vino de Barrantes cuesta entre 1,30 y dos euros; la jarra, entre cinco y seis. La fuente de carne, entre 10 y 15. La comida es abundante y la lista de precios debe estar siempre expuesta.

“Aunque las inspecciones pueden venir de todas partes”, cuenta Antonio Juncal, “el miedo es libre”, y hay locales reconocidos como furanchos que no cumplen el decreto. El cliente lo detectará rápidamente. “Si pide una Coca-Cola o una cerveza y se la sirven, que sospeche”, porque en los furanchos “solo se bebe vino y agua”, apunta. Miniño, por su parte, asegura que existe un cierto autocontrol de la Federación, aunque esta entidad no agrupa a todos: “si nos enteramos de que uno que sea socio se está pasando”, ofreciendo más de lo que puede ofrecer, y “hay muchas quejas por competencia desleal, le hacen una visita para hablar el presidente y un par de ”, revela el veterano furancheiro. “No somos quién de prohibir nada a nadie”, recalca, “pero de esta manera ya echamos a alguno fuera del colectivo”.

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