La vida no cabe en una jornada laboral
Una sociedad cuyos ciudadanos, agobiados por el trabajo, no tienen tiempo es una sociedad vulnerable a la manipulación y al populismo


En los últimos meses, hemos sido bombardeados por una serie de titulares colocados estratégicamente por la patronal en diversos medios, alarmándonos por las pérdidas millonarias que supondría la reducción de la jornada laboral: “11.800 millones por las horas perdidas, y 30.600 por lo que dejaría de producirse” decía en julio pasado un medio conservador español.
Mientras tanto, entre los defensores de la reducción se habla de la mejora del bienestar y del tiempo de ocio, argumentos que suenan bien, pero que no parecen serios.
El debate en el que está metida nuestra sociedad estos meses no es solo sobre horas de trabajo, sino sobre algo más profundo: nuestra capacidad como sociedad para valorar aquello que realmente importa. Nos damos palmaditas en la espalda por la reducción del desempleo, pero somos incapaces de saber por qué somos el país del mundo que más ansiolíticos toma.
El empleo y la riqueza importan, claro, pero ¿qué hay de ver crecer a nuestros hijos?, ¿de cuidar nuestra salud mental?, ¿de simplemente desconectar y disfrutar de la vida de vez en cuando? Estas cosas no suelen estar sobre la mesa en las negociaciones, porque aún no sabemos darles la importancia que merecen frente a los sesudos análisis económicos.
Según nuestros cálculos en el Instituto de la Felicidad, hasta 800.000 personas podrían dejar atrás los ansiolíticos si se redujeran las horas de trabajo. ¿Cómo lo sabemos? Porque hemos preguntado a miles de trabajadores en Europa sobre sus condiciones laborales, y hemos encontrado un patrón claro: quienes más sufren de ansiedad son aquellos que no tienen tiempo para estar con su familia o amigos debido a sus jornadas laborales. Ayer mismo, una amiga que tuvo a su segunda hija hace nueve meses me llamó por este asunto. La tienda donde trabaja cambió sus horarios, y la angustia de dejar a su bebé tantas horas en la guardería la estaba desbordando. ¿Tan importante es que mi amiga produzca hasta la extenuación mientras otros cuidan a su hija?
Desgraciadamente, en España hemos tomado esto como algo inevitable, pero no es así. Mientras que aquí el 18,3% de los trabajadores dicen no tener suficiente tiempo para ver a su familia y amigos por culpa del trabajo, en Suecia es el 11%; en Portugal, el 8,9%, y en Dinamarca, el 6,5%. Somos el peor país de Europa en este aspecto. ¿No merece este tema abrir también titulares?
En una sociedad en la que los bulos se expanden como la pólvora, es fundamental tener tiempo para contrastar la información, justo lo que no tenemos. No podemos culpar al trabajador que después de 12 horas en su puesto pone la tele y absorbe sin filtros todo lo que le cuentan. La reducción de la jornada laboral no es solo una cuestión de trabajar menos; se trata de reconocer, de una vez por todas, que los ciudadanos no somos solo entes productivos, sino cuidadores, voluntarios, activistas o votantes, y como tal, necesitamos tiempo para informarnos, para reflexionar, para participar en nuestras comunidades. Una sociedad cuyos ciudadanos no tienen tiempo es una sociedad vulnerable a la manipulación y al populismo.
En definitiva, necesitamos un cambio de mentalidad. La vida no puede reducirse a una mera cuestión de producción y consumo, y es hora de que nuestras políticas reflejen esta realidad. La reducción de la jornada laboral no es solo una medida para mejorar el bienestar individual; es un paso necesario para construir una sociedad más humana.
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